lunes, 18 de enero de 2016

SENTENCIAS DE LOS SANTOS PADRES - EL SACERDOCIO





"En las conversaciones de los eclesiásticos me parece que no sólo deben desterrarse los discursos demasiado libres y disolutos, sino tam­bién los juegos y las chanzas: mas no reprendo que alguna vez se pueda mezclar lo divertido y agradable sin herir la honestidad”.
(San Ambrosio)


“En nada deben ser los Sacerdotes como el resto del pueblo, ni en los deseos y pensamientos, ni en el modo de vivir, ni en las costum­bres. La dignidad sacerdotal les obliga a otra vida más seria, a otra gravedad y a otra piedad más sólida. A la verdad, ¿qué hallará el pueblo que observar y que imitar en el que no sobresalga en virtud al común de las gentes? ¿Qué admirará en vosotros si solamente ve lo que hay en él? Si no halla cosa en que le excedáis, o si le están dando en rostro, en el que miraba como digno de su respeto, los mismos defectos que le avergüenzan en sí mismo”.
(San Ambrosio)


“Si ves que el sacerdote huele a preciosos ungüentos, que viste delicadas telas, que asiste a las abundantes y regaladas mesas, con razón diréis con las palabras del Evangelio: No conozco el árbol sacerdotal, porque no es éste su fruto”
(San Gregorio de Nisa)


“Con grande cuidado debemos elegir a los que se han de hacer cargo de gobernar la casa de Dios: porque si para administrar las cosas temporales se buscan sujetos idóneos, cuánto más se habrá de procurar que lo sean los que han de dispensar las celestiales”.
(San Ambrosio)


“Hay muchos que siendo dignos, se excusan teniéndose por inhá­biles para tan alto ministerio: pero en esto se ve que son dignos”.
 (San Ambrosio)


"Es preciso que las gentes del mundo nos hallen más prontos para consolarlas en sus aflicciones, que para ir a comer y alegrarnos con ellas en el tiempo de la prosperidad. Es muy cierto que desprecian al eclesiástico que jamás se excusa de ir a comer con ellas cuando le convidan. Por lo cual nunca vayamos por nosotros mismos. Debemos ir rara vez, aun cuando nos rueguen”.
 (San Jerónimo)



“Hacer capitanes de los soldados de Jesucristo a los que son incapaces de gobernarlos; ¿no es esto hacer capitanes de los que son soldados del diablo? Porque cuando aquel que ha de disponer en batalla los soldados espirituales de Jesucristo, armarlos y animarlos a pelear es el más flaco de todos, se puede decir que entrega a su enemigo aquellos que estaban confiados a su fe: y que de este modo hace el oficio de capitán para servir al demonio y para servir a Jesucristo”.
 (San Juan Crisóstomo)


“No hablo temerariamente: lo digo con la sinceridad que pienso y según estoy persuadido. No creo que haya entre los sacerdotes mu­chos que se salven, y pienso que habrá muchos más que se han de perder. La razón es, porque pide esta dignidad un alma muy elevada. Pues los Sacerdotes están expuestos a una infinidad de tentaciones que los pueden sacar del camino que deben seguir”.
 (San Juan Crisóstomo)


“'Aunque los Sacerdotes sean malos, por ellos lo hará Dios todo, y enviará el Espíritu Santo: porque no es el alma pura la que por su propia pureza atrae el espíritu: la gracia de Dios es la que obra todas las cosas. Omnia própter vos, sive Paulus, sive Apollo, sive Caeph”.
(San Juan Crisóstomo)


“El que enseña, debe atender a no predicar más que lo que el auditorio puede entender. Pues debe descender hasta ajustarse con la flaqueza de los oyentes. El que anuncia a los pequeñuelos cosas subli­mes, que por lo mismo no les han de aprovechar, más pretende hacer ostentación de sí, que ser útil a los que le escuchan”.
(San Gregorio Magno)


“La plática de la doctrina no entra en el entendimiento del necesi­tado, si no llega a su alma la recomendación del sermón por mano de la misericordia. Cuando la piedad del predicador riega la semilla de la palabra en el pecho del oyente, brota con facilidad”.
(San Gregorio Magno)


"Razón es que el que sirve al altar, viva del altar. Se te concede, pues, que si sirves bien, vivas del altar; pero no lasciviar ni ensober­becerte con los dineros del altar para que compres fresnos de oro, sillas bordadas, plateadas espuelas con remates purpúreos, pieles de varios colores para adornar el cuello y las manos. Por último, todo cuanto retengas de las rentas del altar, fuera del alimento necesario, y el vestido sencillo, no es tuyo, es rapiña, es sacrilegio. Contentémo­nos, pues, con vestidos que nos cubran, no que nos hagan lucir o ensoberbecernos, no con los que procuremos parecemos o agradar a las mujercillas. Me dirás: Esto mismo hacen aquellos con quienes habito; y si yo no hago lo que todos, me notarán de singular. Por esto te digo que salgas de entre ellos para no vivir notado y señalado en la ciudad, o perecer con el ejemplo de los otros”.
(San Bernardo)


“Yo castigo mi cuerpo, para que no suceda que predicando a los otros, sea yo mismo reprobado. Luego aquellos que no castigan su cuerpo y quieren predicar a otros, serán reprobados de Dios”.
 (San Am­brosio)

        
“A la pureza cristiana no la basta el ser: necesita parecer: puede ser tanta su plenitud, que salga del corazón al vestido, y de lo interior de la conciencia prorrumpa a la superficie, para que por fuera la mire como alhaja suya propia, conveniente para contener perpetuamente la fidelidad. Se han de sacudir del ánimo las delicias: con su blandura y abundancia, puede afeminarse el valor de la fe”.
 (Tertuliano)


“Cada cristiano debe vivir de tal modo, en cuanto está de su parte, que sirva de ejemplo de virtud a todos los demás”.
 (San Basilio)


“¿Quién ignora el celo de los Apóstoles? ¿Cómo doce hombres, sin armas, sin dinero y sin ningún recurso humano, logran destruir la idolatría, y que abracen la religión? Con su celo tan ardiente, el que no les permitía un instante permanecer ociosos, y así se les veía recorrer aldeas, pueblos, ciudades, provincias y reinos, hechos innegables, pero asombrosos, que prueban un poder sobrehumano. ¿Quién hizo a tantos millones de mártires? El celo. ¿Quién ha poblado los desiertos? El celo. ¿Quién hace a los confesores? El celo. ¿Quién movió a San Bernardo para convertir a sus parientes que se oponían a que abrazara el estado religioso, el que inflamara la voluntad de sus oyentes a despreciar el mundo, y a que tan prodigiosamente se au­mentara el Orden de San Benito? El celo grande que el Espíritu Santo llenó en su corazón. Bien se vio en el Grande Patriarca Santo Domingo de Guzmán que, cual otro ángel llamaba a todos los hombres al cielo con sus palabras, su vida y sus ejemplos: y abrasado en el sagrado fuego del amor divino, se esforzaban en infundirlo en todos los corazones. Preguntándosele de qué libro sacaba tan ardien­tes discursos, respondió: Del libro de la caridad: no me fijo más que en este libro, del cual saco palabras, no hinchadas, sino inflamadas. Lo mismo dice San Buenaventura de San Francisco de Asís, y en la misma fragua del amor de Dios y del prójimo se abrasa­ron San Vicente Ferrer, San Antonio de Padua, San Francisco Javier, San Francisco de Borja, y en una palabra, todos los varones Apostólicos”.
(Barbier)