jueves, 14 de enero de 2016

SARDÁ Y SALVANY: ATRACCIÓN Y TRANSACCIÓN



"En muchísimos casos, el mero callar constituye 
verdadera negación y formal apostasía."




ATRACCIÓN Y TRANSACCIÓN


Extractos tomados de Propaganda Católica, Tomo IX, Librería y tipografía Católica, 1900, Barcelona, España; págs. 48-56.

¿Habéis notado la analogía y casi igual fisonomía ortográfica y hasta el parecido eufónico que ofrecen las dos palabras “atracción y transacción”? Digo, pues, que es la "atracción” palabra de las que saben a miel y almíbar, y gozan del privilegio de atraer a sí multitud de aficionados a dulces y golosinas. 

A un panal de rica miel
Diez mil moscas acudieron,
Que por golosas murieron
Presas de patas en él.
¡Dulces recuerdos de la infancia! Sí, y también verdadero retrato de nuestra situación actual. Sí, que esta palabra es la “miel" con que la Revolución artera engolosina a muchos y los tiene cautivos en su red, al menos para que no se la combata y hostilice como debieran todos los hombres honrados y de buena voluntad. Reparad para eso que en tres sentidos se usa, y lo que es peor se practica, la palabra «atracción» y son los siguientes: 1°. Como simple atenuación de formas. 2.º Como simple preterición o silencio sobre alguna verdad. 3.º Como simple manera de presentarla bajo cierto aspecto a los amigos o a los adversarios.

¿Sabéis lo que es acostumbrar las almas a que oigan, sin horror, las más grandes infamias? ¿Sabéis lo que es acostumbrar al pueblo a ver tratados con respeto a los peores enemigos de la verdad? ¿Sabéis lo que es acostumbrar el corazón propio a que no se subleve contra ninguna injusticia? ¿Sabéis lo que es acostumbrar los oídos a que reciban como exageración cualesquier varonil arranque o impetuosa arremetida? ¿Sabéis lo que es acostumbrar los espíritus a ese perfecto equilibrio e igualdad de formas comedidas entre lo que es intrínsecamente malo y lo que es intrínsecamente bueno, entre lo que de veras se debe siempre odiar y combatir y lo que de veras (de veras, repito) se debe siempre amar y defender? ¿Sabéis lo que es todo eso? Pues es la primera etapa de los triunfos del mal sobre el bien; es lo primero a que aspira aquél como prenda segura de su definitivo triunfo; es el homenaje del respeto, es la consideración social, es la carta pacífica de ciudadanía, es cuando menos el pleno reconocimiento en su favor de legítima beligerancia. Tal manera de “atracción” es sencillamente la primera y más común y más desastrosa manera de “transacción”. Ya sé que se aducen aquí las reglas de urbanidad y cortesía; ya sé que hasta se invocan los sacratísimos fueros de la caridad. ¡Mentira! ¡Desvergonzada mentira! No se ha dado jamás verdadera caridad en daño de la verdad. Ni se ha estimado jamás digna la cortesía en ofensa y menoscabo del honor y de la virtud. ¡Y cuán frecuente es hoy en día esta fementida “atracción”, que no es en el fondo más que vil y cobarde “transacción”!


Tras la atenuación de las formas, “la simple preterición o silencio sobre alguna verdad”. La verdad es que aquí sube ya algunos grados más el concepto que llamaremos “atraccionista”; y por tanto la “atracción” es también aquí algo más criminal y desembozada. Para muchos no basta, en efecto, conceder al error iguales miramientos y consideraciones que se conceden a la verdad. Temiendo que alguna parte de ésta, aún con tales miramientos presentada, ha de atragantársele o indigestársele al enemigo, procuran prescindir de esa parte de la verdad cruda e indigesta, y para salir del paso y no herir susceptibilidades o crearse antipatías, cállanse como muertos sobre ella, dejándola en la oscuridad o penumbra de un calculado silencio. Así que en muchas cuestiones toman como mejor partido el de callar.

“La palabra es valor y lealtad; el silencio es deserción y cobardía” ¿Con qué otros nombres calificarías, en efecto, la conducta del soldado que en lo mejor del combate plegase la bandera del castillo o la arriase a media asta por temor, o mejor, por el ruin pretexto de que así la ponía más a cubierto de las balas del enemigo, cuando en realidad lo único que pretendería el miserable fuera poner a cubierto de tales tiros su pellejo? La bandera de combate para eso se dio al soldado, para que la acometiesen enemigos y la asaltasen para hacerla girones, y la destiñesen lluvias y soles y la afeasen polvo y sangre de los combatientes. Que así atacada y así destrozada y así afeada es cuando resulta gloriosa y ennoblecida, no cuando metida cuidadosamente dentro la funda o guardada en el arcón, atiéndese sólo por manos femeninas a que conserve su lustre y sus pliegues de aparador. Así la verdad bajó del cielo y se nos dio a nosotros, soldados de ella, no para que la tuviésemos guardada y archivada (cautiva, dice el Apóstol con frase más enérgica) en el fondo del corazón o a lo más en los libros de las bibliotecas; sino para que la lanzásemos a la arena social, para que embistiesen con ella sus enemigos, para que entre la gritería y denuestos y tiroteo de todos ellos ondease a todo viento y a toda borrasca, y fuese, así como terror y espanto de unos, consuelo y aliento y firmísima esperanza de otros. Signum cui contradicetur: este es el carácter esencial de ella, como lo fue de Cristo, Nuestro Señor y de cuantos en pos de Él fueron sus dignos porta-estandartes.

En muchísimos casos, en los más, el mero callar constituye verdadera negación y formal apostasía. ¿Cuándo? Cuando es ley el hablar. ¿Y cuándo es ley el hablar? Cuando la verdad vejada y oprimida y escarnecida pide a voz en grito salgan los buenos a dar público testimonio de ella. Cuando con el culpable silencio pueden creer los incautos que se hace vergonzosa entrega de ella al enemigo por falta de armas sólidas con qué defenderla. Cuando envalentonado éste, proclama ya su triunfo sobre ella, desamparada por quien debía con más entereza sostenerla. Entonces es deber de cuantos tienen lengua el hablar; entonces es crimen imperdonable el haber callado; entonces bienaventurados los que por haber hablado y por no haber callado sufren vilipendio y persecución. Bienaventurados, ha dicho el Señor, los que padecen persecución por la justicia.

Nada más común en el día que este singular procedimiento atraccionista: presentar de lado, y naturalmente siempre del lado más simpático, una verdad cualquiera de la cual se sospecha que presentada de frente ha de serle enojosa al enemigo.

Suponed que se habla de la Unidad católica, tema tan controvertido en nuestros tiempos. Y suponed que un defensor de ella, más o menos resabiado de Liberalismo, deseoso de que no se haga aborrecible dicha Unidad, aún a los más empedernidos liberales, pone todo su esfuerzo en presentarla de tal modo que no parezca dicha Unidad tan fiera, tan intolerante, tan intransigente con el error como debe naturalmente serlo, para que lógicamente sea lo que debe ser. 

Resumiendo, pues, diremos en conclusión que las artes atraccionistas que hoy se estilan no son más que verdaderas aunque vergonzantes transacciones. Que más noble y de mejores resultados para la verdad es la atracción verdadera que ejerce ella sobre los espíritus presentada con su esplendor y varonil entereza, por más que a los apocados espante o desaliente, que no es otra atracción mentirosa que se pretende ejercer sobre los adversarios, apocándola, encogiéndola, mutilándola, disfrazándola. Vale sin duda más la de la intransigencia viril y castiza, que la de la componenda femenina o afeminada.

Y si de eso necesitásemos experiencia práctica, la tendríamos hoy al Americanismo. El Americanismo no venía a ser, entre nuestros hermanos de Norteamérica principalmente, más que un seductor sistema de atracción y de transacción entre el Catolicismo y las sectas disidentes. No se trataba más que de acortar distancias para la mutua aproximación, más que de suavizar asperezas, más que de aunar voluntades. Se pretendía allanar caminos, facilitar abrazos, conciliar gustos y puntos de vista. Más ¡ay! no partiendo de los intangibles sacrosantos derechos de la verdad hija de Dios, sino de los antojos acomodaticios del hombre, y en eso estuvo el heretical error que ha desenmascarado el infalible Magisterio de la Iglesia. Rudo golpe ha recibido con ello el atraccionismo en Religión: gran victoria la tan maldecida y maltratada y mal comprendida intransigencia católica.