domingo, 31 de enero de 2016

DIFERENCIA ENTRE LA ESCRITURA Y EL MUNDO – CARDENAL NEWMAN






Si es verdad que los cristianos han esperado a Cristo sin que El venga, es igualmente verdadero que, cuando El vendrá realmente, el mundo no le espe­rará. Si es verdad que los cristianos han imaginado ver señales de su veni­da cuando aún no las había, también es igualmente verdad que el mundo no ve­rá las señales de su venida cuando se presenten.

Estas señales no son tan evidentes co­mo para que vosotros no tengáis nece­sidad de buscarlas; ni tan evidentes que no os podáis equivocar en su búsqueda; tenéis que escoger entre el peligro de creer ver algo que en realidad no es, y el peligro de no ver lo que verdadera­mente es. Es verdad, que muchas ve­ces y en muchas épocas los cristianos se han equivocado creyendo discernir la venida de Cristo; pero vale más creer mil veces que El viene, cuando El no viene, que una sola vez creer que El no viene cuando El viene.

Tal es la diferencia entre la Escritu­ra y el mundo. Siguiendo la Escritura, estaríamos siempre esperando a Cristo; pero siguiendo al mundo, no le esperaríamos jamás. Ahora bien, Él debe ve­nir un día, tarde o temprano. Los espí­ritus del mundo se burlan hoy de nues­tra falta de discernimiento; pero, precisamente los faltos de discernimiento son los que triunfarán al fin.

¿Y qué piensa Cristo de estos burlo­nes de hoy? Nos pone en guardia expre­samente, por su Apóstol, contra los bur­lones que dirán: “¿Dónde está la prome­sa de su advenimiento?” (2 Pedro, 3. 4).

Yo preferiría ser de aquellos que, por amor de Cristo y falta de ciencia, toman por señal de su venida algún espectáculo insólito en el cielo, cometa o meteoro, y no de aquellos que por abundancia de ciencia y falta de amor, no hacen más que reírse de este error.

Observemos todavía que, en el caso de que hablo, las personas que esperan a Cristo obedecen a Dios, no sólo por el hecho de esperar, sino también por el modo cómo aguardan y por las mismas señales en que fundan su expectación. Siempre, desde el principio, los cristia­nos han esperado a Cristo por las se­ñales del mundo material y del mundo moral. Si eran pobres e ignorantes, los fenómenos celestes, los terremotos, las tempestades, las cosechas destruidas, las enfermedades, y cualquier cosa pro­digiosa y extraña les hacía pensar que estaba próximo.


Si eran en cambio observadores del mundo político o social, entonces las conmociones de los Estados, las guerras, las revoluciones, todos estos hechos tenían también el efecto de impresionarlos y de mantener sus corazones preparados para recibir a Cristo.

Pues bien, todas estas cosas son pre­cisamente las que El nos ha mandado considerar, dándolas como señales de su venida, cuando dijo: “Y habrá señales en el sol y en la luna y en las estre­llas, y en la tierra, alarma de las na­ciones en fuerza del temor por el bra­mido del mar y de las olas alteradas, secándose los hombres de espanto por la expectación de lo que vendrá sobre el orbe de la tierra: porque los poderes de los cielos se trastornarán... Pero cuando estas cosas comiencen a verifi­carse, erguíos y levantad vuestras ca­bezas porque se acerca vuestra reden­ción” (Luc., 21, 25-28).



Newman: «La Vie chrétienne», trad. por Henri Bremond. Bloud 1911. Pág. 369. Revista Bíblica de Mons. J. Straubinger.