miércoles, 25 de junio de 2014

LITERARIAS


CULTIVAR EL DIÁLOGO
(Cuento)*






Por FLAVIO MATEOS



Tengo un amigo cordobés que, según me contó -y lo hizo debido a mi insistencia- una vez debió hacer de buen samaritano, en circunstancias que vale la pena relatar. Parece ser que las mulas cordobesas, según dicen, desde la época en que el santo Cura Brochero anduvo por la cordillera y los valles a lomo de una de ellas, infatigable para convertir y atraer a las ovejas perdidas al redil del único Buen Pastor, parece ser que desde entonces las mulas, emulando (valga la expresión) a la fiel y famosa “Malacara” que llevaba al cura gaucho, tienden a acercarse amistosamente a los curas, cuando reconocen, muy de tanto en tanto, una sotana que camina por ahí, o, más difícilmente, cuando un saquito clergyman se deja ver por las sierras de Tata Dios.
Sin embargo, dice mi amigo, a raíz de un dramático incidente entre una mula y un sacerdote, en realidad un obispo, las cosas han cambiado rotundamente en los últimos tiempos.
Un día una mula se acercó a un cura que de lejos parecía amigable, y con todo respeto le dio conversación.

-Güenas, Padre. ¿Qué lo trae por acá? -preguntó la mula animosa.

-Hola, ¿qué hacés? ¿Cómo te va? ¿Todo bien por acá? –contestó el religioso, confianzudo.

-Sí, ¿y usté, Padre? ¿Anda misionando por el monte?

-He salido al encuentro del otro –contestó el cura, como si estuviera en conferencia de prensa- para cultivar el diálogo. Es muy importante fomentar la cultura del encuentro y del diálogo.

-Ah, qué bien suena eso, qué bien. Y digamé, Padrecito, despué que se cultiva el diálogo, ¿qué verdura se cosecha?

-¡Ja, ja, ja! Mirá –respondió campechano el cura- mediante el diálogo vamos a generar el consenso, que es lo más importante, porque así se evitan los conflictos. Si no, la democracia no funciona.

-Ah, ya entiendo. O no: la verdá que no lo entiendo, Padrecito. ¿Será que soy muy burro? ¿Usté es cura o no será de esos angricanos que le llaman, esos que protestan siempre, los herejes?

-¡Pero por favor, no seamos retrógrados! Esa palabra es un residuo medieval que ya no se usa, es una palabra que está vinculada al terror de la Inquisición. Con esa actitud cerrada no se puede dialogar con nadie...

-Si no me equivoco, Padrecito, ¿no dice San Pablo que las herejías son una de las obras de la carne, y que los que las hacen no llegan al Reino de Dios?

-Puede ser, puede ser, no tengo acá el Nuevo Testamento para certificarlo. Pero tené en cuenta que ese es un lenguaje antiguo, las cosas evolucionan. No es que yo discuta al Apóstol de los gentiles, eh? no me malinterpretes, pero...Nos estamos desviando del tema. Y además, dejáme aclararte que yo soy un obispo católico que está dispuesto a dialogar con nuestros hermanos separados porque el diálogo nos hace bien a todos. Como dijo el Señor Jesús: “Que todos sean uno”.

-Oh, ¿pero entonce usté es el nuevo obispo, Monseñor Concilietto? Permitamé, escelencia...

Y la mula se inclinó para besarle el anillo episcopal. Pero el prelado, haciendo ascos, escondió con presteza la mano dentro de la manga del saco, como una tortuga que amenazada se retrae dentro de su caparazón.

-¡Pero, no! Dejémonos de servilismos y exterioridades que nos separan más...

-Perdone, Monseñor, que no lo reconociera, es que como no le ví la cruz petoral...

-¿Y cómo que no? La tengo, pero abajo del saco, para que no se sientan discriminados los que no tienen la misma religión que nosotros...

-Perdone, Padrecito, digo, Monseñor. Yo seré muy burro, pero si no me equivoco, ¿discriminar no quiere decir distinguir?

-Sí, puede ser. Aunque no tengo un diccionario acá para cotejarlo, pero, ¿qué hay con eso?

-Y si usté tiene una religión que es distinta de las otras, ¿no es lógico que si es distinta se distinga también en sus sinos esteriores? ¿O será que ya no es tan distinta y por eso...?

-Lo que pasa es que no hay que hacer sentir inferior a los otros, ¿quiénes somos nosotros? ¿Somos los dueños de la verdad? Hay que amar a todo el mundo. Por eso hay que hacer hincapié en lo que nos une antes que en lo que nos separa, ¿entendés, che?

-Ah, claro, sí, sí. Ahora entiendo. Y digamé, con todo respeto, escelencia, ¿qué es eso en lo que no hay que hacer inca-pié porque nos separa, por si acaso, pregunto?

-Lo que nos separa es lo accidental. Lo que nos une, es lo sustancial. Y eso es que todos creemos en un mismo Dios.

-¿Ta seguro deso, don, digo, Monseñor?

-Y claro, ¿cómo no lo voy a estar? ¿No soy acaso tu obispo? ¿Y no te acordás de aquella reunión de Asís, convocada por Juan Pablo Magno?

-Sí, don, digo, Monseñor, pero lo asidental, lo que separa, eso, ¿qué vendría a ser?

-Mirá, en eso precisamente no hay que hacer hincapié porque esa es una mirada negativa que termina excluyendo al otro y nos vuelve intolerantes. Hay que ver lo bueno que el otro tiene, y eso es difícil, porque supone salirse de sí mismos y ponerse en el lugar del otro.

-¿Y usté puede ponerse en mi lugar?

-Pero claro que puedo, por eso he dado este pasito para salir a tu encuentro, pero sin crispaciones, tendiendo la mano para que juntos, mediante el diálogo, encontremos la verdad.

-Perdone, escelencia, pero, ¿no dijo Nuestro Señor que Él era la Verdad, y también a los Apóstoles: “Id pues y haced discípulos a todos los pueblos bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; enseñándoles a conservar todo cuanto os he mandado”?

-Sí, puede ser, aunque no tengo acá el Nuevo Testamento para cotejar la cita exacta. Pero es justamente mediante el diálogo que se llega al encuentro de Jesús, porque Jesús está en mí, en vos y en todos nuestros hermanos separados; está en todo el mundo...

-Perdone, escelencia, pero si Jesús está también ahí en el crucifijo ese que usté tiene ¿entonce por qué no se lo muestra a todo el mundo, si ya está en ellos? ¿O estamo hablando de dos Jesuses?

-Lo que pasa es que esa es una imagen muy violenta, que nos retrotrae a momentos crueles vividos por un pueblo que a raíz de esa imagen desgraciada ha sido estigmatizado y perseguido a lo largo de los siglos, entonces, no es bueno mentar la soga en casa del ahorcado, ¿me entendés lo que te digo?

-Pero entonces, don, digo, Monseñor, ¿aquello que dijo San Pablo de que predicaba a Cristo crucificado...?

-¡Pero por favor! San Pablo estaba influido por el antisemitismo propio de un converso y de una comunidad primitiva y asustada. Hoy las cosas han cambiado, pasó mucha agua bajo el puente...

-Sí, pero escelencia, ¿no dijo Nuestro Señor “El cielo y la tierra pasarán, pero las palabras mías no pasarán”?

-Bueno, bueno, creo que estamos entrando en discusiones bizantinas, cuando lo importante es no generar conflictos y ser comprensivo con los otros. Hay que tener caridad con todos...

-¿Y con el prójimo?

-Eso, claro, hay que tener amor al prójimo.

-¿Sus prójimos no son los más cercanos, es decir sus ovejas y mulas, los fieles?

-Seguro, seguro.

-¿Y no es parte de ese amor enseñar la doctrina tal como Nuestro Señor se la transmitió a los Apóstoles y ellos nos la legaron, que por eso la Iglesia Católica se llama también Apostólica?

-Claro que sí, y para eso tenés el Catecismo. Pero ojo, tenés que leer uno nuevo, porque ahí está la doctrina adaptada a nuestros tiempos. Cada tiempo tiene sus necesidades propias que no se pueden soslayar...

-Sí, escelencia, ¿pero no dijo San Juan Evangelista que...se lo voy a leer porque yo tengo encima un Nuevo Testamento: “Aquel que se aleja de la fe y no permanece fiel a la doctrina íntegra, no tiene a Dios con él. Si alguien viene a vosotros y descubren que no es perfectamente ortodoxo, no lo reciban en vuestra casa y lo saluden”? Está en la segunda carta.

-Esa que tenés vos es una edición vieja, son traducciones que ya no corren. Ahí no se interpreta la misión ecuménica actual de la Iglesia, Madre y Maestra, definida en el Concilio Vaticano Segundo. Y como tu obispo te advierto que no sigas esas influencias integristas porque ese es un camino...

-...angosto, ya lo dijo Nuestro Señor, que así debe ser el camino del cristiano para su salvación, un camino de cruz, porque ancho es el camino del mundo que lleva a la perdición.

-Bueno, yo ahora tengo que seguir viaje...

-Una última pregunta, Monseñor, y no lo molesto más...

-Ahora te dije que no puedo.

-Monseñor...

-¡Dejá de molestar!

-Sólo una pregunta...

-¡Volvé por donde viniste, burro sarnoso!

-Escelencia...

-¡¡¡Te dije que no, obedecé a tu obispo!!!

-¿Qué piensa del fariseísmo?

Y entonces el obispo dialoguista tomó un palo que había en el suelo y desencajado golpeó una y otra vez la cabeza de la mula ferozmente, hasta dejarla tirada, sangrante y tumefacta, en el medio del camino. Allí dice mi amigo que encontró al pobre animal, y llevó a que lo curasen, y una vez repuesta la mula le contó a él lo sucedido.
Pero yo la verdad que mucho no le creo, porque nunca vi una mula que supiera hablar.
Aunque a lo mejor no había burro ni mula, y la víctima resultó que fue mi amigo.
Y el burro resultó ser...
  


*Escrito hace varios años e inspirado en la figura del Cardenal Jorge Mario Bergoglio, de quien se incluyen palabras textuales en los diálogos.

Incluido en el libro "Cuentos Pequeños", Editorial Dunken, 2011.