lunes, 23 de junio de 2014

EL TRIUNFO ES DE LA INMACULADA





Bandera de combate es María inmaculada contra la serpiente del Paraíso que, con nombre muy adecuado se llama... ya sabéis todos có­mo se llama; se llama Revolución.

Verdadera explosión de infernales rencores contra Dios y contra Cristo y su Iglesia, ha estallado en el mundo de los siglos modernos, en forma desconocida hasta hoy en los fastos de la humanidad. Todas las más groseras pasiones, todos los más ciegos errores, todos los más bastardos intereses, hanse reunido como en un solo haz para formar ese inmenso ejército de enemigos de la verdad y del bien, que nunca, nunca, reparadlo, sentires míos, había tenido tan concretamente formulado su satánico programa y más calculadamente organizadas sus fuerzas y combinada su estrategia. Asistimos a este duelo formidable entre el Cie­lo y el infierno, y apenas nos damos cuenta de él; tanto es el poder de la costumbre, que nos lo hace mirar como hecho normal y vulgar y ya perfectamente connaturalizado con el modo de ser de las actuales ge­neraciones. Más, lo horrible del hecho cierto es, verdad es, a poco que atentamente se le considere. Se combate en el periódico y en el libro, y en la plaza y en el hogar, y en la escuela y en el espectáculo, y en el parlamento y en el templo, y en las leyes y en las costumbres, y en la diplomacia y en los campamentos, y a la luz del día y en la tenebrosa logia, y en todas las formas y en todas partes y con todos los medios.

Pues, para tal combate y para el brillantísimo ejército de Dios que de un confin a otro del mundo lo sostiene, os decía que es gloriosa ban­dera el misterio y culto de María en su Inmaculada Concepción.

La necesidad de luchar y la seguridad de vencer

Allá en la cuna del género humano, inmediatamente después de la caída del primer hombre, fue anunciado este misterio como símbolo de una gran lucha entre la generación de la Mujer y la generación de la serpiente; y con palabras que no se han borrado ni se han de borrar ja­más de la memoria de los hombres y de la tradición de los pueblos, se escribió el lema inmortal que ostentan los soldados de María lnmaculada. Ipsa conteret caput tuum se dijo, y con ello se nos profetizaron dos cosas que habéis de ver siempre simbolizadas en esta gloriosísima Niña, que huella con su pie la cabeza del infernal dragón: la necesidad de luchar y la seguridad de vencer.

La fiesta de nuestro siglo

Estamos en época de lucha, y el dragón infernal que sin cesar ha combatido contra la Iglesia, la combate ahora con saña inaudita. Nunca, desde que salió la Iglesia de las catacumbas, había sido tan poderoso, tan universal y tan declarado el poder del infierno contra Ella. Conspiran contra Ella los malvados con su odio, los débiles y apocados con sus respetos humanos, los indiferentes con su olvido. La serpiente antigua del paraíso ha repetido en todos tonos aquel primer grito de rebeldía: “Dejad a Dios y seréis dioses sobre la tierra”. Y lo que es peor, ha encontrado quienes den crédito a esa especie de proclama revolucionaria.

Y contra ese gigantesco ataque de todas las fuerzas del infierno reunidas, lucha valeroso el Catolicismo, y con él luchamos a brazo partido todos nosotros que somos sus hijos. Y como este misterio representa la primera victoria alcanzada por María sobre el infierno y sobre el pecado, por esto nos dirigimos con especialidad a esta inmortal Vencedora los que anhelamos vencer. El nombre de María Inmaculada es, pues, como el grito de guerra de los hijos de la Iglesia en este siglo. Y en la figura que la representa podemos ver, además del misterio que te he explicado, una imagen de nuestras luchas y de nuestras victorias.

Ensanchemos los corazones oprimidos y demos gloria a Dios, que ha querido mostramos en su Madre benditísima dos cosas hoy día tan dignas de eterno recuerdo: la necesidad de luchar y la seguridad de vencer. Primero la lucha, y ésta incansable; luego la victoria, y ésta segura, porque está prometida; y al fin la corona, y ésta inmortal e imperecedera como la de María.


PBRO. FELIX SARDA Y SALVANY

Propaganda Católica T.1V.1 904. p. 21.