viernes, 26 de octubre de 2012

EL ODIO AL MAL


En la embrollada red de pensa­mientos, sentimientos fuerzas y de­bilidades en las que se halla el mun­do, si me preguntasen que camino hay que tomar para darle la paz a las almas, quizás contestaría: el ca­mino del horror. Lo que hoy más escasea no es el amor del bien sino el horror del mal. ¡El horror del mal: cosa santa y sublime, que los hombres olvidan y, sin embargo, la culpa no es de los acontecimientos. Se diría que el mal, al darse cuenta de que los hombres se olvidan de odiarlo, ha querido obligarlos a que dejen de odiarlo. El conserva su in­dulgencia, a pesar suyo, pero la con­serva.
El horror del mal ¿puede ser un terreno en el que los hombres se den cita?
Si la filosofía, la ciencia, el arte y todas las fuerzas y debilidades se dieran cita en el terreno del horror, esta entrevista de reyes tendría, qui­zás, su familiaridad y grandeza.
El mundo, que corrompe el aire que respira y marchita lodo lo que toca ha cometido un crimen atrevi­do contra la caridad: no tiene mie­do de hablar de ella, pero cuando el mundo habla de la caridad la tiene que hacer mentir, pues sólo em­plea las palabras para mentir,
¿Qué procedimiento emplea para mentir con el nombre de caridad? La elogia y la adula, como el reo que quiere sobornar a su juez, y dice que la caridad es una virtud hermo­sa y que es toda indulgencia, inclu­so para el mal.
El mundo confunde el amor al pecador con el amor al pecado y dice que los que tienen un odio de­masiado absoluto al pecado faltan a la caridad. El mundo, del amor, sólo conoce sus fallas y cree que la caridad, como proviene del amor, tiene que comportar un poco de de­bilidad. De este modo la quiere probar, diciéndole: -pongámonos de acuerdo, yo te admiro todo lo que quieras pero no le digas a nadie mi verdadero nombre».
El amor al hombre pecador y el odio al pecado normalmente crecen en proporción inversa.
El mundo quisiera hacer creer lo contrario El mundo quisiera hacer creer que para amar mucho al pe­cador hay que amar un poco el pe­cado. El, por su parte, ama el peca­do y detestan al pecador porque el mundo vive donde reina el odio El mundo es indul­gente con el peca­do, y con el peca­dor no es duro sino implacable.
El gran odio de los santos con­tra el mal es una de las maravillas que asombrarán a los hombres y a los ángeles en el último día. Este gran odio es uno de los sentimien­tos más incom­prensibles para el hombre corrompi­da Este gran odio es el rayo que la espada de la pureza hace bri­llar en la noche.
Este gran odio es de institución divina. Como todas las cosas de pri­mer orden, fue prometido antes de ser dado. La promesa salió de la boca de Dios en el momento en el que comenzó la historia. Prometió que la serpiente sería odiada y para que no hubiese error sobre la natu­raleza de este odio, se confió este don sublime a la caridad y a la dul­zura. Le dio a la mujer la misión de odiar.
El odio a la serpiente fue con­fiado como un depósito a La que tenía que amar a los pecadores en grado tal que en­tregase por ellos a su propio Hijo a la muerte, al Hijo del Padre, al Enmanuel esperado. A las dulces ma­nos de la mujer se le confió este odio sublime, como un tesoro de miseri­cordia y para que supiésemos de dónde venía, Dios dijo que El mismo pondría este odio entre la mujer y la ser­piente.
No hay que ex­trañarse de que la Virgen María ame de modo singular a los pecadores, pues Ella tiene hacia el pecado un odio hecho expresamente para esto, un odio hecho por mano de Dios.
Las tinieblas que nos rodean son particularmente profundas porque la humanidad ha dejado morir este fue­go sagrado que es el odio al mal.

Ernest Hello.